La gaviota(海鸥) by Fernán Caballero

La gaviota(海鸥) by Fernán Caballero

autor:Fernán Caballero [Caballero, Fernán]
La lengua: spa
Format: epub
editor: China Intercontinental Press
publicado: 2015-09-08T00:00:00+00:00


Capítulo XVII

El duque había proporcionado a Stein y a su mujer una casa de pupilos, a cargo de una familia pobre, pero honrada y decente. Stein había encontrado en una cómoda, cuya llave le entregaron al tomar posesión de su aposento, una suma de dinero, bastante a sobrepujar las más exageradas pretensiones. Adjunto se hallaba un billete, que contenía las siguientes líneas: «He aquí un justo tributo a la ciencia del cirujano. Los esmeros y las vigilias del amigo no pueden ser recompensadas sino con una gratitud y una amistad sincera.»

Stein quedó confundido.

—¡Ah, María!—exclamó, enseñando el papel a su mujer—. Este hombre es grande en todo: lo es por su clase, lo es por su corazón y por sus virtudes. Imita a Dios, levantando a su altura a los pequeños y los humildes. ¡Me llama amigo, a mí, que soy un pobre cirujano; y habla de gratitud, cuando me colma de beneficios!

—¿Y qué es para él todo ese oro?—respondió María—; un hombre que tiene millones, según me ha dicho la patrona, y cuyas haciendas son tamañas como provincias. Además, que si no hubiera sido por ti, se habría quedado cojo para toda la vida.

En este momento entró el duque y, cortando el hilo a los desahogos de agradecimiento en que Stein se deshacía, le dijo a su mujer:

—Vengo a pediros un favor: ¿me lo negaréis, María?

—¿Qué es lo que podremos negaros?—se apresuró a contestar Stein.

—Pues bien, María—continuó el duque—, he prometido a una íntima amiga mía que iríais a cantar a su casa.

María no respondió.

—Sin duda que irá—dijo Stein. María no ha recibido del cielo un don tan precioso como su voz, sin contraer la obligación de hacer participar a otros de esa gracia.

—Estamos, pues, convenidos—prosiguió el duque. Y ya que Stein es tan diestro en el piano como en la flauta, tendréis uno a vuestra disposición esta tarde, así como una colección de las mejores piezas de ópera modernas. Así podréis escoger las que más os agraden y repasarlas; porque es preciso que María triunfe y se cubra de gloria. De eso depende su fama de cantatriz.

Al oír estas últimas palabras, los ojos de María se animaron.

—¿Cantaréis, María?—le preguntó el duque.

—¿Y por qué no?—respondió esta.

—Ya sé—dijo el duque—que habéis visto muchas de las buenas cosas que encierra Sevilla. Stein vive de entusiasmo y ya sabe de memoria a Ceán, Ponz y Zúñiga. Pero lo que no habéis visto es una corrida de toros. Aquí quedan billetes para la de esta tarde. Estaréis cerca de mí, porque quiero ver la impresión que os causa este espectáculo.

Poco después el duque se retiró.

Cuando por la tarde Stein y María llegaron a la plaza, ya estaba llena de gente. Un ruido sostenido y animado servía de preludio a la función, como las olas del mar se agitan y mugen antes de la tempestad. Aquella reunión inmensa, a la que acude toda la población de la ciudad y la de sus cercanías; aquella agitación, semejante a la de la sangre cuando se agolpa al



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